Dos semanas de Antroido que son dos semanas donde se aflora el espíritu diferencial coruñés. Los atlánticos aires que toman los espíritus choqueiros, y ya toda la ciudad liberal, la de Porlier, la de la Cabeza de Reino, la de las Irmandades da fala, ya piensa en la Calle de la Torre, choqueiródromo mayor, eje sanguíneo que va desde la estatua de Canzobre en la Plaza del Parque hasta la Plaza de España, donde Porlier perdió la cabeza. Es aquí en este punto donde se marca la frontera entre la ciudad de las instituciones, que durante cuán tiempo se mantuvo indiferente e incluso censora con el carnaval coruñés, popular, del pueblo de las Atochas y Montealto, marinero y proletario.
El choqueiro no se viste como se viste la mazcara o se viste el peliqueiro. El choqueiro lo lleva en el alma.
Un carnaval expresivo del carácter ácido y alegre del coruñesisisímo, que dió color a la ciudad de los oscuros «anos da fame» que nuestros hermanos irlandeses llamarían la «famine». Los años de Nito, choqueiro mayor, que vino al mundo en el epicentro de Montealto en los años últimos del siglo XIX, cuando languidecía la etapa de esplendor de los Apropósitos coruñeses auspiciados por el glorioso Cículo de Artesanos, también extramuros.
El gran Eladio Rodríguez, gigante de la cultura gallega entre siglos, definirá al apropósito como revista teatral que alterna coplillas cantadas ejecutadas por músicos y actores no profesionales el Miércoles de Ceniza, propio del Carnaval de A Coruña. Y si lo decía don Eladio en su monumental Enciclopedia Gallego Castellana, va a misa.
Nito, choqueiro mayor, regenerará los Apropósitos en la década de los 30 hasta el inicio de la sinrazón de una guerra incivíl. Precisamente, donde resistió el régimen constitucional como último reducto en una ciudad constitucional como esta, en el Teatro Rosalía, antes Principal, se desarrollaron sus míticos Apropósitos. Allí, volaron los ferretes de Nito, choqueiro mayor. Precisamente, Aniceto Barros, actor de cabecera de Nito, será uno de los defensores del Gobierno Civíl, detenido en el ágora de la cultura escenario de sus glorias entroidescas.
Los Anos da fame trocaron las melodías de fox-trot y la alegría coruñesa por la oscuridad, la opresión y por un gran aburrimiento hecho pedazos por una nueva generación de choqueiros, presididos por un caballero de la triste figura con alta chistera que respondía al nombre de El Viejo. Es Manuel García Cabezón, Canzobre, choqueiro mayor, escoltado por sus mariachis coronados de abovedados bombines, los mismos que Gelito o César San José vieron en los hoteles de la city de Londres.
En la mitología del carnaval de Brigantia figura también Palau, Juan Iglesias Mato, concejal choqueiro que en los noventa dió vida a unos rejuvenecidos mariachis de Canzobre, y los convirtió en eternos.
A Coruña, extramuros, vibra, farrea, «y se divierte» como reza el anónimo refrán de los veraneantes. Y lo hará hasta quemar al inquietante Momo en la arena de San Amaro, la playa más romántica del mundo, pues no en cualquier arenal se ahogó Aurelio Aguirre, joven Príncipe del Románticismo. Seguro que desde San Amaro también cruzaron las aguas hacia el céltico Alén legiones de choqueiros, para cantar sus ferretes en la Eternidad.
Disfruten, que pronto es Miércoles de Ceniza… y las cosas de la intimidad nada tiene que ver con la ley electoral, como diría Picadillo, un buen alcalde choqueiro.